¿ABOGANDO POR EL DIABLO?
El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) fue categórico diciendo “Lo único que nos enseña la historia es que de ella no aprendemos nada”. Han transcurrido casi dos siglos desde la muerte del pensador pero aún no se le puede negar que tiene razón. Por lo menos cuando se trata de alguno de nosotros.
Es la primera impresión que seguramente tendría un nacional ucraniano, polaco o lituano al leer detenidamente dos artículos del mismo autor y de contenido similar. El primero se llama “Occidente se equivoca con Putin” y fue publicado en la columna “Opinión” del diario La Nación el pasado 23 de febrero, una fecha bastante simbólica en la historia del régimen de Putin ya que casi coincide con el primer aniversario de la invasión militar rusa en Crimea. Nótese de paso que cuando se trata de política exterior que involucra las grandes potencias mundiales, cualquier apariencia, coincidencia o eventualidad se ve engañosa. Y la segunda se titula “Crisis en Ucrania: cómo detener la política intimidatoria de Putin” y fue publicada en el portal Web de la agencia Infobae el pasado 7 de marzo.
Inmediatamente, tras esta primera sensación, surge un anhelo de satisfacer la curiosidad natural y conocer más de cerca las credenciales académicas del Dr. Mariano Caucino, autor del artículo, quien de forma contundente afirma que, en vez de reconocer la zona de influencia exclusiva de Moscú en la Europa Central y del Este, el Occidente optó por “un camino errático, contraproducente y riesgoso” en sus relaciones con la Rusia ex-soviética. La tarea de saciar este interés por la figura de abogado y profesor universitario de historia de la política exterior y por su visión de la geopolítica moderna implica, inevitablemente, la necesidad de hacer al menos un breve repaso de sus últimas publicaciones sobre esta materia.
Con un esfuerzo mínimo un lector comprometido encontraría una lista de publicaciones impresionante para cualquier representante del mundo académico que a la vez permite reunir un material lo suficientemente extenso para nutrir la mente, abordar la ardua tarea de hacer un análisis profundo y sacar sus propias conclusiones hasta qué punto se observa imparcialidad en las ideas que propaga el Dr. Caucino.
Obviamente, en un espacio limitado como este, se ve imposible resumir todos los conceptos elaborados por el Dr. Caucino en su larga carrera académica. Y, verdaderamente, no hace falta. Para los objetivos de este análisis bastarán sólo aquellos artículos publicados durante el último año desde cuando en Kíev triunfó la Revolución de la Dignidad, más conocida como el EuroMaidán. Este hecho que desató la guerra híbrida del Kremlin contra Ucrania combina, a su vez, la invasión militar directa en Crimea y en Donbás, los embargos comerciales, los numerosos actos de sabotaje y la campaña de propaganda agresiva tanto en Rusia misma como en el exterior.
Los títulos “De la Doctrina Brezhnev a la Doctrina Putin” (marzo 2014) y “Entender Rusia” (mayo 2014) en adición al mencionado “Occidente se equivoca con Putin” (febrero 2015) no dejan lugar a dudas para el lector. El profesor universitario está convencido de que el Occidente no ha leído atentamente “el llamado de la historia” y por esta razón no entiende Rusia. Esta es el primera tesis tóxica que implanta el autor.
Luego, se introduce un concepto de “imperativo categórico” de la política de estado de Rusia que es la clave para el razonamiento de las conclusiones hechas.
Se proclama que este concepto es vital ya que, desde los tiempos de Maricastaña hasta el día de hoy, Rusia siempre se ha visto a sí misma sometida a una real, potencial o imaginaria amenaza de invasión extranjera. ¡Excelente! Como consecuencia, el Dr. Caucino apela a que el Occidente comprenda y respete como legítimas las obsesiones y reclamos del Kremlim de controlar, además del propio territorio, una vasta zona adyacente, sólo por la mera razón de que un sujeto poderoso de la política internacional y una potencia nuclear, como es el caso de Rusia, sufre un temor intenso e irracional o sea una fobia. Esto a pesar del hecho que, sin excepción alguna, todos los países que comparten las fronteras con Rusia de este lado de los Urales, son más pequeños en términos de geografía y menos potentes económica y militarmente. Algunos ni siquiera tienen sus esquadras de aviación militar o divisiones blindadas.
Este razonamiento que escoge el concepto de “zona de influencia”, por obsoleto que sea históricamente, como punto de partida debería inducir al autor a explicar los orígines del mismo y a presentar los ejemplos de su expresión más convincente a lo largo de los siglos XIX y XX, lo que el Dr. Caucino evita hacer inconscientemente o adrede. De otra manera, surgiría la cuestión por qué razón Rusia obtuvo la denominación “el gendarme de Europa” en el siglo XIX y no pudo deshacerse de ella en el siglo XX.
El significado del concepto “zona de influencia” es más familiar y comprensible para las naciones del Centro y Sud América en la Doctrina Monroe, también proclamada en el siglo XIX, que la opinión pública de estas Américas mayoritariamente asocia con el imperialismo y el neocolonialismo de la emergente potencia de los Estados Unidos. Entonces, ¿por qué el Dr. Caucino cree que los pueblos latinoamericanos tienen el derecho de denunciar el neocolonialismo moderno en su casa y al mismo tiempo deniega a los pueblos de la Europa Central y del Este el mismo derecho de oponerse al neocolonialismo ruso? Además, el profesor de historia lamenta que el Occidente no sea sensible y susceptible a las obsesiones de la Rusia de Putin de dominar el espacio post-soviético y los países de la Nueva Europa inclusive.
Se afirma que el concepto de “zona de influencia”, como un imperativo categórico de la seguridad de Rusia, se debe a las devastadoras invasiones – la napoleónica en 1812 y la nazi en 1941. ¿Acaso Ucrania, Belarus y Polonia no sufrieron las consecuencias de estas invasiones? En resumen, ¿ellos no tienen derecho a reclamar sus “zonas de influencia” bajo el mismo concepto? Y si el Dr. Caucino se los niega, ¿es acaso imparcial?
Aún más, del mismo género que “la zona de influencia”, aunque profundamente diferenciada por sus características destacablemente racistas, en su interpretación extrema era el “Lebensraum” o la idea del “espacio vital” de la Alemania nazi.
No es el único rasgo que hace la Rusia de Vladimir Putin similar a la Alemania de Adolf Hitler. Como en la República de Weimar, que en los años 20 y 30 del siglo XX sufría los dolores fantasma reflejo de la derrota en la Primera Guerra Mundial y los recortes territoriales a consecuencia del humillante Tratado de Versalles, así en la Rusia de hoy el resentimiento y el revanchismo son sentimientos predominantes en la clase política y en la mayoría de la sociedad que en las décadas seguidas al colaspo de la Unión Soviética fracasaron en su intento de dar paso a la modernidad.
Es sorprendente ver hasta donde la Rusia de Vladimir Putin sigue el patrón de la Alemania nazi tanto en la política doméstica como en la política exterior.
Evidentemente el Dr. Caucino comete una falta grave tratando de inducir intencionalmente a la opinión pública argentina la semejanza entre los sucesos en Crimea en febrero y marzo de 2014 y la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968.
¿Es un intento de disimular que la anexión de Crimea retrotrae automáticamente a las democracias del Occidente y a la Europa Central y del Este otro episodio que occurió también en Checoslovaquia pero unos 30 años antes de la invasión soviética bajo los preceptos de la Doctrina Brezhnev?
Con sus credenciales académicas el Dr. Caucino no puede ignorar los hechos históricos y seguramente recuerda que en octubre de 1938 la Alemania nazi anexó los Sudetes bajo el pretexto de la protección de la minoría germanófona (unos 2,8 millones de habitantes), que constituía el 90% de la población de esta región de Checoslovaquia, afirmando sentirse oprimida por la mayoría eslava a pesar de que el Gobierno central de Praga le había otorgado amplias concesiones.
La anexión de los Sudetes, un hecho que robusteció las capacidades militares de Adolf Hitler y así adelantó aún más la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar exclusivamente gracias a Francia y Gran Bretaña, los campeones del Occidente de la época, que optaron por comprender las obsesiones del Tercer Reich y ceder a sus reclamos, supuestamente legítimos, tratando de esta forma apaciguar al agresor.
Contrario a lo que sostiene el Dr. Caucino, aparentemente el Occidente aprendió de los errores de su pasado así como lo hicieron las naciones del Este de Europa.
Cuando al Occidente se le sugiere entender Rusia y mostrarse conciliador en cuanto a las inquietudes del Kremlin, sus reclamos en Crimea y en Donbás, pocos dudan de que se lo invita e incentiva una vez más a someterse voluntariamente a otra humillación que seguramente llevará a una nueva guerra de grandes proporciones como ya occurió a consecuencia de los Acuerdos de o
Es cierto, la historia nunca se repite. Pero tampoco cambia sus reglas.
Toda esta similitud es demasiado obvia para que el Occidente y las nuevas democracias de la Europa Central y del Este le hagan caso omiso. Al subestimar las intenciones de Adolfo Hitler y ceder a sus reclamos territoriales, el Occidente ya pagó un alto precio por su miopía. Es esta la razón por la cual después de la Segunda Guerra Mundial la anexión se considera una de las violaciones más graves del derecho internacional.
¿Acaso el Dr. Caucino, abogado y profesor universitario de la historia, no lo sabe?
Y si lo sabe, ¿por qué finge no darse cuenta de que la decisión del Kremlin de anexar Crimea efectivamente representa una grave violación del derecho internacional? En lugar de aceptar lo que fue reconocido el 27 de marzo de 2014 por 100 países en la Resolución 68/262 de la Asamblea General de las Naciones Unidas el Dr. Caucino, casi un año más tarde, sigue sosteniendo que es el Occidente quien califica las acciones de Moscú como una grave violación de la integridad territorial de Ucrania y demoniza a Vladimir Putin.
¿Acaso el Dr. Caucino no sabe que el intento de aprobar semejante Resolución que reconoce a Crimea como parte de Ucrania y rechaza el referéndum sobre su estatus político, en el marco del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, fracasó únicamente porque Rusia recurrió a su derecho de veto? Todos los demás miembros, inclusive Argentina que en 2014 formaba parte del Consejo de Seguridad, la apoyaron durante la votación.
¿Será que el Dr. Caucino cree de verdad que el referéndum en Crimea llevado a cabo en condiciones de ocupación militar extranjera, o sea a punta de rifles de asalto, y en clara violación de la Constitución de Ucrania que estipula que la integridad territorial no puede ser objeto de plebiscitos regionales, era democrático, libre y legítimo?
Al afirmar que “en el centro del conflicto (en Crimea) estaba la estratégica base de la Flota del Mar Negro de la armada rusa” el Dr. Caucino también, tácitamente, admite malentender la geopolítica de Europa Central y del Este.
Los bloques políticos, comerciales y de defensa colectiva pueden tener una mayor o menor fuerza de atracción dependiendo eso de un abanico de características que poseen y de los prerequisitos que se aplican a los estados que aspiran formar parte de ellos. En un mundo sumamente globalizado el “softpower”, o “fuerza blanda”, gana más peso que la fuerza militar brutal o la coerción económica. Esta es la lección que los régimenes totalitarios y las autocracias no son capaces de entender.
El EuroMaidán seguido por la invasión militar extranjera, como respuesta a éste, demostraron que los valores democráticos y la vocación europea es lo que ahora diferencia la nación ucraniana de la mayoría del pueblo ruso.
El Dr. Caucino parte del concepto que la Unión Europea y la OTAN persiguen las políticas encaminadas a incorporar a Ucrania, supuestamente contra su voluntad, en las estructuras europeas y trasatlánticas lo que afecta la seguridad de Rusia. No le ocurre la idea de que el pueblo ucraniano, que tiene su propia identidad europea, en ejercio de su derecho soberano puede optar libremente por integrarse a la comunidad euroatlántica. ¿Acaso no tiene este derecho?
Para conseguir el objetivo mencionado la nación ucraniana deberá esforzarse en cumplir los estrictos criterios de adhesión de la UE y la OTAN, lo que seguramente requerirá cierto tiempo. La alternativa que representa hoy Rusia, donde las libertades fundamentales y los valores democráticos siguen deteriorándose año tras año, no se ve tan atractiva. Por lo menos desde la perspectiva de Ucrania.
Se sostiene más adelante que es la incomprensión Occidental respecto de la realidad de los valores rusos la que lleva al deterioro de la situación en Ucrania. Entonces, ¿cuáles son estos valores rusos? Aparentemente el Dr. Caucino confunde los valores del Kremlin (mejor dicho de Vladimir Putin) con los del pueblo ruso. Los intereses del pueblo ruso serían avanzar hacia la modernidad, afianzar la democracia, los derechos humanos y las libertades fundamentales. En cambio, en un intento de preservar el régimen político corrupto, el Kremlin supo instalar en la sociedad rusa los conceptos obsoletos y el resentimiento conforme a los cuales Rusia emprendió un camino de autoaislamiento del resto de Europa, a la que pertenece por lo menos parcialmente, y del mundo democrático.
Se sostiene asimismo que las acciones del Kremlin en Crimea significan nada más que la reacción de Moscú a la insensibilidad del Occidente, frente a la ansiedad de Rusia, en relación a la supuesta amenaza que la OTAN representa para ella. Si se piensa así, entonces se supone que Ucrania tiene la mala suerte de encontrarse en el medio de la Alianza Atlántica y Rusia.
Hay dos circunstancias que olvida mencionar u omite el Dr. Caucino. Y el demonio, como se sabe, se esconde detrás de los pequeños detalles.
Hasta el momento Rusia tiene frontera con 5 miembros de la OTAN – Noruega, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Mientras Noruega fue uno de los estados fundadores de la Alianza en 1949, los cuatro últimos se adherieron entre el 1999 y 2004. O sea, el argumento que esgrime el Kremlin para demonstar que la OTAN se acerca a Rusia no se ve válido ante el hecho de que la Alianza ya estaba allí por un largo período de tiempo. No olvidemos que las capacidades militares de los países bálticos son sumamente limitadas para representar alguna amenaza a Rusia.
Aún más, y esta es la segunda circunstancia que hay que tener presente, en su primer mandato el Presidente Putin planteó directamente ante la OTAN la cuestión de la adhesión de Rusia a la Alianza. Quizás, hoy día, el Kremlin quisiera que el mundo y la opinión pública olvidasen este episodio de las relaciones entre Moscú y la Alianza Atlántica. Resulta que, a juicio del Putin de hace unos 12 a 13 años, la OTAN no era tan temible y diabólica como la pinta ahora el Kremlin.
Según el Dr. Caucino, “si los líderes occidentales favorecieran a una Ucrania neutral” esto serviría bien para la seguridad y la paz mundial. ¿Y para la seguridad de Ucrania? El profesor universitario de historia y de la política exterior asombrosamente olvida, o lo hace a sabiendas, que en febrero de 2014 Ucrania fue un país no alineado, un estatus fijado en 2010 por la Ley sobre las bases de la política interna y exterior. Entonces sería lógico plantear la cuestión si este estatus impidió a Rusia invadir militarmente Ucrania en Crimea y luego en Donbás. ¿Esto le sirvió bien a la seguridad y a la paz europea? Y si la respuesta es negativa, ¿por qué sorprenderse que finalmente Ucrania derogó esta norma? Tras aprender la lección Kíev aspira a adherirse a la Alianza Antlantica por la misma razón que sus actuales miembros, en especial los vecinos de Ucrania en Europa Central y del Este, no quieren abandonarla.
Conocemos Rusia muy bien ya que convivimos con este país por siglos. También la entendemos muy bien. Y no tenemos ninguna intención de caer en la trampa de las equivocaciones sobre sus intenciones.
Para comprender la Rusia de Vladimir Putin hay que prestar atención a los procesos que se observan en la sociedad rusa. Un análisis imparcial nos llevará implacablemente a la única conclusión posible. Según todos los criterios Rusia se convierte en un Estado totalitario: por los medios de propaganda masiva activamente se implantan las nociones de “enemigo externo” y “enemigo interno”, la sociedad rusa se consolida en torno a un caudillo, se afianza la fe en su exclusividad y misión mesiánica, la consciencia de las masas se ve cada vez más militarizada.
Para no equivocarse con Vladimir Putin y su régimen político sería aconsejable calificar adecuadamente lo que es Rusia hoy en día, es la clave para darse cuenta de quién es la fuente de amenaza para la paz y seguridad en Europa.
En este contexto, a los expertos en la política exterior, sería de gran ayuda el famoso “test del pato”, que dice “si algo se parece a un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente es un pato.”
Un conocido filósofo holandés Baruch Spinoza, recomienda: “No llores. No rías. Comprende”. Para comprender mejor hay que leer más, analizar lo leído a fondo e imparcialmente. Luego opinar.
P.S.
Desde los tiempos de François Marie Arouet más conocido como Voltaire, hasta el día de hoy en el Occidente nunca han faltado los intelectuales que sentían cierto afecto sentimental e irracional hacia Rusia pero siempre encontraban razones para no moverse a las gélidas capitales de Moscú y San Petesburgo y ver este vasto país de cerca.
Muchos intelectuales liberales en el Occidente fueron fascinados por la Unión Soviética, la simpatizaban y abogaban por ella fervientemente sin conocer la verdadera Rusia comunista.
Lamentablemente a estos intelectuales auto-adoctrinados que preferían gozar de los valores liberales del capitalismo pero se consideraban sinceramente aliados de la URSS, el régimen totalitario del Kremlin siempre los aprovechaba cínicamente despreciándolos, al mismo tiempo, por su papel de títeres que inconscientemente ejercían haciendo trabajo “sucio” de abogados.
Todavía en el Occidente hay intelectuales seguros de que ellos conocen y entienden a Rusia mejor que las naciones de Europa Central y del Este. Aquellas que sufrieron agresiones militares rusas, deportaciones forzadas, saqueos económicos y, como en el caso de Ucrania, el Holodomor (o la Hambruna organizada) que le costó entre 7 y 10 milliones de vidas humanas en 1932-1933.
Desde el punto de vista del Kremlin, la ingenuidad de estos pensadores liberales hace de ellos perfectos transmisores de la propagada rusa y, lo que no es menor, gratuitos.